Bajo La Rosa

Por Jorge A. Rosas.

En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales. (sub rosae)

  • El regreso de un amigo.

Lo conocí hace más o menos 10 años, una tarde que mi esposa llegó con él a la casa para presentármelo, y curiosamente algo en mí como que no me dio muy buena espina.

Tal vez, como siempre, mis prejuicios personales ganaron por el color tan curioso de su pelo y por la confianza desbordada que mostró en cuanto lo dejamos solo en casa por unos minutos mientras hacíamos unas compras en la tienda de la esquina.

Bastaron esos minutos a solas, para que sintiera como suya esa casa, y de inmediato se sintiera parte de la familia.

Así inició un largo camino con uno de los mejores amigos que la vida me ha dado.

A lo largo de estos 10 años, no lo niego, hemos tenido demasiados desencuentros, y en muchas ocasiones ha puesto en fuga mi paciencia, pero también, he aprendido de él como pocos.

Siempre está dispuesto a conocer nuevos lugares, le gusta salir de casa y siempre que le he presentado a nuevos amigos es el primero en darles la bienvenida.

Siempre que salimos con él, la gente se sorprende por su tamaño y por su característico color, que a decir de mí, no tiene nada de especial, y a veces, hasta me incomoda que él sea el centro de atención de las miradas o que le festejen toda las graciosadas que intenta.

Desde que nos conocimos, ha estado a mi lado en los momentos más importantes de vida, aun cuando en muchas ocasiones no le he hecho partícipe de ello directamente, pero siempre está ahí.

Estuvo a mi lado cuando me enteré que sería padre por primera vez y esperó ansioso la llegada de Mariam a la casa, la recibió como si fuera propia y desde entonces, al igual que cuando nació Paola, mi otra hija, fue también su cómplice y amigo.

Es de esos amigos que piensas que no necesitas nunca, pero que siempre está ahí, de aquellos que cuando menos piensas aparecen y te recuerdan con su simple presencia que puedes contar con él.

Hace unos días, casi lo pierdo, y aunque en otras ocasiones ya había pasado, nunca como ahora tuve tanto miedo de no volverlo a ver.

Y es que es la rapidez de la vida uno se acostumbra a tantas cosas que dejamos de darle el valor necesario incluso a quienes tenemos a un lado, saber que siempre ha estado ahí, a veces sin que lo llame, parece ser parte de mi rutina diaria, es algo que ya doy casi por hecho.

Como a mí, le encanta la carne y se ha ido haciendo viejo, cada vez, como a mí, le molestan más las celebraciones religiosas que conlleven algunos cohetes y se desespera, como yo, con cada tronido, y aunque no lo dice, ha de pensar lo mismo sobre la necesidad de utilizar la pólvora como una medida de celebración.

La edad adulta lo alcanzó sin que me diera cuenta hasta que lo vi correr con más torpeza, con menos energía, pero siempre tratando de seguir el paso de mis hijas o de sus compañeros de juego.

Y si algo he aprendido de su compañía en estos  poco más de 10 años, es el sentido de la tolerancia y de la lealtad.

Nunca, jamás me ha juzgado por lo que hago, y a pesar de que en varias ocasiones me he enojado por sus travesuras infantiles o por los destrozos que hace debido a su tamaño, jamás me ha mirado con enojo o fastidio cuando lo reprendo.

Eso sí, jamás quiso aprender nada de lo que yo quisiera enseñarle, tentó mil veces mi paciencia con su sonrisa mientras yo intentaba enseñarle algo, hasta que me di por vencido y supe que yo no tenía nada para darle, más bien, él sería quien me daría muchas lecciones de vida.

Nunca he conocido a alguien que cada que me ve, me salude con esa alegría, con  ese desparpajo de volver a ver a un buen amigo, (aunque yo creo que me ve más como un cachorro al que tiene que cuidar) su mirada me dice todo, no es necesario más que un saludo o decir su nombre para que sienta que todo está bien.

Así por 10 años ha sido parte de mi familia, pero sobre todo un gran amigo de vida, he platicado muchas veces con él aunque parece no entender ni una palabra de lo que le digo, pero escucha atento mis problemas o sueños sin decir nada, sólo me mira esperando a que termine.

Sé que cada vez se hace más viejo y menos tolerante a las ruidosas celebraciones religiosas, tal vez por eso, este día de la Santa Cruz, no aguanto más y decidió escapar de casa en busca de un refugio en donde no tuviera que oír más cohetes.

Así que cuando llegue a casa y no lo vi, corrí a buscarlo, pregunté con mis vecinos, y recorrí el camino que usualmente solemos hacer juntos, pero no lo encontré, colgué su foto en las redes sociales y cientos de personas hicieron propia mi angustia de encontrar a mi amigo.

Fue horas más tarde, cuando pensé que no volvería, que mis hijas lo encontraron caminando en la calle, acompañado de otro amigo de la cuadra, y gritaron su nombre desesperadas: Vlad, Vlad…

Mi mugroso seatter irlandés estaba de vuelta, había regresado a la familia, y solo ponía su cara de yo no hice nada como tantas veces cuando destrozaba juguetes, ropa o muebles.

Lo recibí gustoso, como siempre, intentando hacer lo que cualquier perro hace con sus dueños, darle la bienvenida de regreso y no juzgar en dónde ha estado todo el día.

Gracias a todos los que me ayudaron y se sumaron a mi angustia, hoy de nuevo, Vlad, mi amigo está de regreso conmigo, aunque sé que por la edad, en poco tiempo habrá una nueva despedida.

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