
Por Julio Requena
En algunos espacios de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx) comienza a gestarse un movimiento estudiantil que, más que una genuina lucha por la democracia o la libertad universitaria, parece una manifestación tardía, improvisada y oportunista. Un grito de rebeldía que aparece —convenientemente— cuando el reloj del proceso de renovación de la rectoría está a punto de marcar el final y las cartas están casi sobre la mesa.
La pregunta incómoda, pero necesaria, es: ¿dónde estaban estos “revolucionarios” antes del último informe de actividades del rector Carlos Eduardo Barrera Díaz? ¿Por qué no alzaron la voz en años anteriores cuando pudieron haber construido, desde el diálogo y la crítica legítima, un movimiento auténtico, sólido y propositivo?
Es claro que la democracia universitaria debe ser un pilar fundamental en cualquier institución pública. Nadie lo discute. Pero también lo es que la democracia no puede convertirse en pretexto para intentar deslegitimar un proceso solo porque los números no favorecen a cierta corriente o candidato. No se puede construir el futuro de la universidad sobre la base de la inconformidad momentánea ni del resentimiento electoral.
Hay causas más urgentes por las que movilizarse. ¿Por qué no exigir con igual vehemencia la gratuidad total de la educación pública universitaria? ¿Dónde están las protestas por una bolsa de trabajo funcional que realmente conecte a los egresados con el sector productivo? ¿Quién pide más unidades del Potrobus para que los estudiantes puedan trasladarse con seguridad y eficiencia? ¿O mejores espacios deportivos, culturales y académicos para los más de 90 mil estudiantes que componen la comunidad universitaria?
El rector Barrera Díaz está por concluir su encargo en apenas unos 10 días. Insistir en su renuncia o en la reposición del proceso solo contribuye a enrarecer el clima institucional y a dinamitar puentes cuando lo que se necesita es construir acuerdos. Más que una demanda legítima, lo que hoy vemos se parece a un berrinche político disfrazado de épica estudiantil.
Los movimientos estudiantiles han sido faro de las transformaciones sociales más profundas de México. Pero para que eso ocurra deben ser genuinos, con visión de largo plazo, con propuestas claras y con líderes comprometidos más allá de la coyuntura. De lo contrario, corren el riesgo de convertirse en simples capítulos efímeros de una novela que no alcanzó a madurar.
La UAEMéx no necesita un conflicto fabricado para crecer. Necesita estudiantes conscientes, críticos y participativos, sí, pero también responsables, proactivos y con visión institucional.
Porque construir universidad es mucho más que pedir la cabeza de un rector en retirada. Es proponer, es defender el acceso y la calidad, es imaginar un futuro común. Y eso, hasta ahora, no lo hemos visto.
¿Dónde estaban? Tal vez es momento de que se lo pregunten primero a sí mismos.