Bajo La Rosa

Por Jorge A. Rosas

En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales. (sub rosae)

  • El cáncer, otra vez…

Dicen que la vida siempre es de encuentros y desencuentros, que en muchas ocasiones coincides con quienes te marcan la vida y te acompañan a lo largo de ella, en otras, los momentos son efímeros, sólo instantes o lapsos de tiempo pequeños que se hacen eternos.

Recuerdo cuando la conocí, fue en un parque, íbamos a adoptar un perro para mis hijas, y de pronto me encontré con esa cara dura, ruda, pero enmarcada con una gran sonrisa, desde ese instante supe que estaría a mi lado, aunque por miedo y respeto no quise acercarme tanto en aquél momento.

A partir de ahí, pronto llegó a la casa y se volvió parte de la familia, sus ojos reflejaban tranquilidad, aunque yo sabía, por lo que había escuchado sobre ella, que en cualquier momento podía perder el control y entonces venía a mí el miedo de no poder controlar su humor, que por cierto aún no conocía.

Nada más lejano de la realidad, resultó que detrás de ese cuerpo enorme había más corazón que músculos, aunque eso sí, la primera vez que intenté reprenderla quise salir corriendo cuando oí su gruñido reprochándome.

No coincidimos mucho, pero fue la mejor compañera de juegos de mis hijas, aunque nunca le gustó que jugáramos cerca de ella con algún balón porque terminaba destruyéndolo, pero, eso sí, permitía que Mariam y Pao le hicieran lo que quisieran con esa cara afable, con ese carácter y esa paciencia que siempre admire de ella.

Fueron poco más  de dos años felices hasta que nos dieron la noticia, nuestra gran amiga y compañera de familia tenía cáncer, necesitaba una operación.

La noticia fue devastadora, no podía entender cómo era posible eso, pero decidimos seguir con ella el tratamiento, jamás la oí quejarse, ni aun los primeros días que salió del hospital, al contrario, su sonrisa seguía ahí, esa sonrisa que todos los días era lo primero que veíamos cuando llegamos a casa, esa sonrisa que nos recibía y despedía todos los días desde lo alto del segundo piso de la casa.

Todas las noches solía estar conmigo en la sala, a mi lado, vimos infinidad de películas aunque la mayoría de las veces se quedaba dormida porque parecía no interesarle, y siempre, siempre que llegaban mis hijas, era la más feliz por recibirlas.

Hace unos días llegó la noticia que tanto temíamos, el cáncer había vuelto con mayor agresividad, era momento del adiós.

Kayla, se despedía así de nosotros, su tiempo en la familia fue corto, pero sin duda nos marcó para siempre. El adiós que mis hijas le dieron me dolió doblemente, ver cómo se aferraban a ella con abrazos y palabras fue insoportable, pero era necesario.

La recordé disfrazada de doncella con una corona ceñida en la cabeza, otras haciendo de caballo de dos princesas, de aspiradora de restos de comida, la fuerza bruta capaz de arrastrar dos carros con mis hijas encima y en algunas ocasiones como un “monstruo” imaginario del que huían las niñas en medio de sus juegos infantiles.

Fue como una niña saltando y deshaciendo las camas en cuanto la dejábamos sola, fue el “mi amor” de mi hija más pequeña, fue guardiana y sin duda una gran compañera.

La acompañamos en su última comida, dos grandes hamburguesas que no sirvieron más que para abrir su apetito, pero que fue una forma de honrar su presencia.

Verla así, comiendo de la mano de mis hijas me recordó los prejuicios que la gente solemos tener sobre esta raza de perros, considerada “agresiva”, pero nunca, en mi corta o larga vida había conocido un perro más noble y abierto a una caricia, aunque eso sí, nunca dejó que nadie extraño se acercara a mis hijas. Su sola presencia intimidaba, aunque su sonrisa siempre atraía.


Me tocó a mí y a mi esposa estar ahí en sus últimos momentos, ese último viaje en el coche, juntos, fue eterno y a la vez tan corto, ella parecía saber lo que venía, no paró de disfrutar los olores que entraban por la ventanilla, disfrutaba cada detalle de su último paseo.

Al llegar al doctor, se mantuvo tranquila, y a pesar de que siempre odió las agujas esta vez no se quejó, solo se mantuvo cerca de mi esposa y mío mientras su mirada se cerraba.

Estuve ahí en el momento en que se durmió para no despertar, estuve ahí para darle las gracias por todo.

Estoy seguro que algún día nos encontraremos, porque cuando alguien ama así de manera tan desinteresada como lo hizo ella, siempre, siempre encuentra la forma de estar con sus seres queridos.

Gracias Kayla por tu sonrisa eterna, por tu paciencia y por tu compañía, estoy seguro que, como digo siempre, no es un adiós, sino un hasta pronto.

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